viernes, 2 de noviembre de 2007

REMINISCENTĬA

Enmimismado en la nada y con metas vagas pero con ellas al fin y al cabo, caminando me encontraba por la senda de siempre, no empedrada, con los pasos que hieden si cuidado no se tiene. Pero una fabulosa visión turbó mis ojos y me transportó a aquella región menos cómoda pero dichosa, sin necesidades dolorosas.

Tanslúcidas hondonadas que el verdor originaran, me ebriagaron lentamente cual seducción verdolagas. No resistí el momento y desprendí el haz de forzada decisión, pero con grato final, pues pude tenerte al fin, después de poco más de una década de ausencia. Cuánto te extrañé charco real. No fueron imágenes febriles, nunca. Siempre había confiado en las esencias que alguna vez brotaran de tu fuente.

Brutos grises eran ellos, de resurreción sus colas, cómo olvidarlos. De ocre sus alas cubrieron tu cielo las otras. Los pequeños casi seres, de verdor opacado, se sostenían en tus ondas cual fértil material para mágicos deseos. De cantos los tapices hechos lisas figuras las contuve algunas, siempre en bondad me acicalaron.

Triste ver fue para mí tu partida. Y más mi martirio creció por olvidarte, cuánto lamento el ignorarte, cuando más me habías aclamado y fuerte. Y aunque el lepidóptero de marrón y amarillas galas en tierna ofrenda me brindó el mensaje, no fui capaz de ver el sacrificio. Adiós diré también a su compañera, mucho menor y más oscura, teñida con puntos como nieve, que te siguió buscando conmoverme.

Muro indolente a quien di lucha (aunque infructuosa) aún estiba tus maravillosos restos, cuál esqueleto de veneración postrera, no evitó que tú surgieras. ¿Acaso nuevamente para mí contento? No sabré jamás tus corazones, pero nunca olvidaré que fuiste buena al renacer, aunque muy breve, por minutos.

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